Ya sé queridos alumnos que a vuestra edad no os gustan los consejos y menos los de papá, mamá o los de la profesora de turno. Pero yo, a pesar de los pesares, me voy a permitir haceros esta semana, una pequeña sugerencia:
¿Por qué debéis leer a Miguel Hernández? A mí, sólo se me ocurre una respuesta: porque es conmovedor. A Miguel Hernández sólo se le resistirían las piedras.
Sus biógrafos le han llamado de muchas maneras: el poeta maldito, el poeta pastor, el poeta comunista, el poeta soldado, el poeta crucial. Maldito, porque fue prohibida su lectura durante gran parte de la Dictadura del General Franco. Apenas lo mencionaban los libros de texto. Pero los lectores curiosos lo buscábamos y lo leíamos furtivamente en la noche cómplice y lo prestábamos al mejor amigo y así circulaba de mano en mano: como el mejor de los placeres prohibidos.
Nos emocionábamos con las Nanas de la Cebolla (vídeo, canta Serrat), se nos partía el corazón con el trabajo de El niño yuntero (vídeo, canta Víctor Jara) ( y se nos desgarraba el alma con la Elegía (vídeo, canta Jarcha) a su joven amigo muerto, Ramón Sijé. Nos divertían sus sensuales versos de amor "para Josefina" (ella tan pudorosa y él tan intrépido, buscando sus besos). Aquella jovencita que vio una mañana en su Orihuela natal, salir de un taller de modistillas. Los rizos armoniosos del pelo de esta bella desconocida le inspiraron un soneto. Fue su primera declaración de amor.
A partir de ahí, Josefina fue su novia, su esposa, la madre de sus hijos (su eterna musa). Miguel es el amigo de los amigos, el soldado que arenga en la trinchera, el niño que apacienta el ganado de su padre mientras lee a Góngora y Quevedo. Es el padre ausente, desolado y enfermo, es el joven que va a Madrid para que alguien le diga que se puede llamar, POETA. Y en él creen todos los grandes: Dámaso, Alberti, Neruda, Bergamín, pero sobre todo Vicente Aleixandre y J. R. Jiménez (éste cuando leyó su "Elegía a Ramón Sijé", dijo: "que no se pierda esta voz").
Gracias por leerlo, Ángeles.